«Yo doy otro millón»
“Si ganamos esta tarde, dos días de fiesta”. Lo he dicho más de una vez antes de un partido, y ha servido en más de una ocasión. Los pequeños o grandes premios adicionales que manejamos los entrenadores o clubes para añadir a nuestro discurso futbolístico sirven, y mucho. En un grupo, el trabajo y el esfuerzo son fundamentales, pero la motivación es parte importante del éxito. Se motiva con palabras, con sentimiento y a veces también con pequeños juegos. Premiar los goles conseguidos a balón parado me ha costado más de un almuerzo, y algún que otro “reproche” de mi mujer, pero funciona. El grupo se mantiene unido con los retos colectivos, con los futbolísticos y con estos otros, que suponen demostrar al entrenador que los jugadores son capaces de aceptar desafíos. Más vacaciones en Navidad si se consiguen un número determinado de puntos, o dar la noche libre tras un partido fuera de casa si se consigue la victoria, no aseguran nada pero mantiene vivo el espíritu competitivo entre entrenador y equipo. Ese pique necesario y lleno de ironía que une al reserva con el titular, al defensa con el delantero, y que sirve para demostrar al técnico que son capaces de todo, además tiene un componente anímico fundamental. Conjugarlo bien es parte del éxito de tu trabajo. La gestión del grupo se ha convertido en el fútbol moderno en algo fundamental que unir a la idea de juego o los métodos de entrenamiento. Muchas horas de trabajo, muchos viajes, mucha tensión, en definitiva, muchas horas de compartir espacio y tiempo desgastan y esos retos forman parte de ese desengrasante necesario para el buen funcionamiento del equipo. Se pueden considerar primas o premios promovidos desde dentro y que nada tienen que ver con las polémicas de cada final de temporada.
Ahora bien, hay situaciones que no las salva ni una buena prima. Era yo jugador de un equipo de segunda B que no vivía precisamente su mejor momento deportivo. Un día en el vestuario, antes de entrenar, se presentó el presidente con el contable del club, imagino como garante económico de sus palabras. Tras un discurso motivador acabo diciendo que daba un millón a repartir si eramos capaces de ganar los siguientes cinco partidos (no habíamos conseguido dos victorias consecutivas en lo que iba de temporada, y el calendario que se nos presentaba era muy complicado). Tras unos segundos de silencio, el compañero que se sentaba a mi lado se levantó y dijo: “yo doy otro”. Risas generales y sorpresa del presi, pero es que aquello no se lograba ni con “veinte buenas primas”.