Vestuarios
Cuatro paredes, banquetas o sillones modernos, perchas, casilleros, camilla, duchas e incluso bañeras de hidromasaje conforman el paisaje de uno de los lugares más secretos del futbol. En el espléndido y moderno San Mamés o en campo pequeño y antiguo que de vez en cuando te toca jugar el vestuario es ese espacio donde los mensajes, las miradas, las bromas y las tácticas conviven antes, durante y después de cada partido. Los vestuarios de tu estadio son como tu casa, lo de los campos que visitas es como si vivieras un día de alquiler. Tienes que amoldarte. En El Arcángel tenemos de todo. Es moderno, practico y puedo hablar con tranquilidad. Tengo mi pizarra, algo imprescindible para mí a la hora de la charla antes del partido y tengo mi espacio para pensar. Y es que viajar a ciertos campos e instalarse en algún vestuario es toda una aventura. Recuerdo meterme en un una ducha para reflexionar sólo lo que iba a decir en el descanso o reunir al equipo alrededor de la camilla porque el vestuario era tan alargado que era imposible hablar sin que alguien se despistara. Siempre hay sorpresas, y por eso ya he aprendido a llevar mi pizarra siempre conmigo, pero también a no gritar demasiado por miedo a los “espías”. No es broma, en campos viejos me han advertido que hablará bajito porque se oía todo lo que decías y el técnico rival mandaba “oyentes” para conocer mejor a su rival. También hay que mirar lo lejos o cerca que estás del vestuario de los árbitros para que tus palabras sobre ellos no sean malinterpretadas. Cada vestuario tiene también su santo, su imagen. En Córdoba tenemos la imagen del Arcángel San Rafael, en Tenerife teníamos la Candelaria, y es que la religión es un elemento habitual en las zonas secretas de los estadios. Mestalla o el Camp Nou tienen una capilla al lado del túnel de vestuarios y las imágenes de santos o vírgenes son habituales en las taquillas de muchos jugadores. Los vestuarios son parte de esa liturgia que rodea al fútbol y que se sostiene a pesar del paso del tiempo. Mejora la comodidad, los medios para trabajar, la amplitud de los espacios pero cinco minutos antes de salir al campo todo eso se queda al margen para que aparezca la esencia del fútbol. Una esencia formada por la subida de adrenalina que supone sentirse parte de un grupo que busca un objetivo, el grito de guerra pactado o los golpes de ánimo de unos a otros. Y eso se queda impregnado en las paredes de los vestuarios. El fútbol se huele en esos momentos. En los momentos de antes del partido, en el descanso donde las broncas, correcciones y ánimos resuenan junto con el cansancio, la emoción o el desasosiego, y al final donde tras noventa minutos el vestuario propio o alquilado puede ser la mejor discoteca de moda con selfies y risotadas o el velatorio más triste del mundo con lamentos y silencios. Eso son los vestuarios, cuatro paredes y miles de historias. Como la que cuentan de Guardiola en el Barcelona que siempre tenía un buen agape tras los partidos porque antes no comía nada por los nervios. Yo voy siempre con mi pizarra, no sé si Pep cuando viaja se lleva su ración de jamón post partido en su equipaje de alquilado.