Indispensables
Se levanta cuando el equipo ha terminado de cenar, y a modo de presentador juega con las iniciales de los nombres de los nuevos jugadores para sacar al grupo más una risa. Es Pepillo, estamos en Campoamor y esa rutina se produce cada noche antes de ir a la habitación. Pepillo es el encargado del material, el utillero responsable, junto con Pepe, de que todo esté perfecto antes, durante y después de cada entrenamiento, de cada partido. Pero Pepillo es algo más. Él, y todos los que como él he conocido, no juegan noventa minutos, ni marcan goles o paran penaltis. No cobran grandes cantidades de dinero, y eso que su relación con el balón es de cariño y respeto. Ni siquiera muchos aficionados saben cómo se llaman, pero son tan importantes que sin ellos el fútbol no sería posible. Son fieles a los colores sin besarse el escudo, trabajan sin descanso y pocas veces los he visto con un mal gesto o una mala cara. Son esa cara b del fútbol que merece el mismo respeto que los jugadores, técnicos, fisios, médicos o recuperadores. Pepillo, el Pájaro, Suso o Cheche y su hermano Perico son personas que viven el fútbol de manera extraordinaria. Cada uno a su manera cuidan que todo esté en su sitio y guardan en su memoria historias que hacen este deporte grande. No es extraño ver como estrellas de cada equipo les dedican goles y como ellos sufren como el que más cuando las cosas no van por buen camino. Con profesionales como Eliseo, con el que trabaje en el Castellón, aprendí palabras sagradas en un vestuario como respeto. Su cariño por su profesión era tan grande que nunca miraba el reloj. Con Toni en el Levante B, el más joven con el que he compartido vestuario, sólo tenía 23 años, viví el brillo de sus ojos cuando hablaba de fútbol. Una pasión tan grande que hasta los jugadores me pedían que participara en los” rondos” si faltaba alguien para completar el ejercicio. De hecho, creo que fue el primer utillero del futbol español que debutó como futbolista en un partido. Eso sí, era amistoso, de pretemporada y sólo fueron diez minutos. Diez minutos suficientes para provocar el penalti del empate y fallar en el gol de la victoria del Burjassot. También en el Levante, ya en el primer equipo, disfrute de Fernando, apodado el Pajaro, que de la mano de Pirri, mítico utilero de la vieja escuela, compartíeron códigos de lealtad de vestuario cuando las cosas no fueron como el presidente esperaba. No puedo olvidar a Ángel, pendiente de todo en la magnífica temporada en el Ciudad de Murcia o Pedro y Johnny en el Tenerife que fueron parte crucial de los éxitos del ascenso y de la felicidad de los jugadores. Y es que ellos tienen ese instinto especial para tener contento al futbolista. Unos como Bernando y Fede en el Almería desde la discreción. Otros como Suso en el Deportivo con manos mágicas para que nunca faltará nada, para que con Javi, perfecto fuera la palabra que más veces les comente. Los hay como Luis en el Mallorca que se convierten en generadores de buen rollo soportando bromas con paciencia infinita y recompensa en forma de amistad. O los hay como José, también en el Mallorca que con el título de entrenador en el bolsillo y sabiendo su papel te aportan frescura. La mayoría son leyendas vivas de sus clubes porque por nada del mundo los dejarían. Cheche y su hermano Perico son del Decano desde que nacieron y serán del Decano siempre. Tanto como para viajar en el maletero del autobús porque ahí se podía dormir tranquilo. Me lo contaban y todavía estoy sorprendido. Y es que, sin duda están hechos de una pasta especial. Tan especial como la de Pepillo que en la última noche de concentración preparó con alguna ayuda los premios del stage. Se hizo un pequeño lio, todos lo pasamos genial y el grupo se sintió unido. Lo dicho, son indispensables.